domingo, 8 de abril de 2012

EL RESPIRADERO





 

  Al despertar aquella mañana y mirar por la ventana, encontró un triste y asfixiante paisaje.
  Un muro alto y gris se levantaba ante sus ojos,  ocultando todo resquicio de vida ante él. El horizonte estaba delimitado por esta pared de líneas tortuosas y por encima de su línea, sólo un cielo tan triste, gris y anodino como su estado de ánimo, y una especie de respiradero que apenas emergía como un fantasma que le espíaba. Un tibio rayo de sol caía sobre el muro oblicuamente, haciendo más visibles sus imperfecciones por el juego de luces y sombras.
 Había llegado la noche anterior, o por lo menos es lo que le parecía, aunque no recordaba cómo ni porqué. Sus pensamientos eran vagos y confusos. Recordaba haber mirado por la ventana y ver sólo  oscuridad, antes de caer en un profundo letargo.
 Intentó levantarse de la cama, pero el cansancio se lo impidió, con gran esfuerzo ladeó la cabeza a ambos lados en un intento de explorar el lugar donde se encontraba.
 Las paredes eran blancas, de un blanco sucio,  quizás debido al tiempo que hacía que no habían recibido una mano de pintura, quizás alguien intencionadamente dejo caer algunas gotas de pintura negra para que se integraran en el paisaje que se divisaba por la ventana. Quizás tanto el exterior como el interior habían sido pintados con la misma pintura, que originariamente había sido blanca o tal vez gris. Dejo estas disquisiciones y continuó su exploración visual. Las paredes estaban desnudas, sin cuadros ni ornamentos, ni siquiera había un reloj que le ayudara a situarse en el espacio tiempo.
 Continuó la observación. A su izquierda se encontraba una mesita auxiliar con una botella de agua y un vaso. Intentó alcanzarla, tenía la boca seca y la garganta le ardía. Un sabor entre agrio y amargo, que le disgustaba enormemente y  le producía arcadas, le subía desde el estómago hasta la boca. De nuevo su cuerpo agotado se negó a ejecutar las órdenes que su  cerebro le enviaba.
 Resignado continuó descubriendo lo que la habitación ofrecía. Junto a la mesita se encontraba una silla y en ella no estaba su ropa,  como supuso que debía estar, ya que no había perchas. Este hecho le inquietó un poco, pero su curiosidad, de momento, era mayor que su inquietud. Al fondo, a su izquierda podía divisar la puerta, que tenía una especie de ventanuco en su parte superior.  Con disgusto observó que ésta no disponía de pomo, sí en cambio de cerradura, pero no había ninguna llave en ella.
 De nuevo Intentó levantarse de la cama y ahora sí puso todo su empeño en el esfuerzo, pero algo que no era solo cansancio se lo impidió. Bajó los ojos a lo largo de su cuerpo y brazos y sobresaltado vio que estaba fuertemente maniatado con unas correas.
 ¡Dios, me han secuestrado!
 Siempre supo en su interior que algo horrible le sucedería en su vida. Había tenido presentimientos...., como en una pesadilla se había visto en las circunstancias actuales y ahora se habían hecho realidad los temores que le acompañaban en los últimos tiempos.
 
 No entendía nada y su mente se negaba a coordinar  sus pensamientos y a recordar cómo había sucedido todo. Tenía una profunda laguna  que le impedía ver con claridad los últimos acontecimientos de su vida. Le vino a la cabeza la palabra Kafkiano, ¡Esa era la descripción de su actual realidad!
  Agotado por los esfuerzos, con sudores fríos que le recorrían el cuerpo y el corazón palpitando aceleradamente, se dejó llevar y abandonándose a su suerte entró en un estado de semiinconsciencia.
En este estado le pareció oir voces, ruidos de puertas que se abrían y cerraban y un alboroto de pasos que iban y venían a gran velocidad. No le importaba nada, estaba cansado, muy cansado....
 Cuando despertó, no había cambiado nada en la habitación. Sólo la luz que antes entraba tristemente  por la ventana se había convertido en una oscuridad iluminada por algún pobre rayo de luna, pues continuaba viendo el muro y sobresaliendo de él el respiradero, que ahora le pareció muy enigmático y siniestro.
 Le habían narcotizado, de eso estaba seguro,¿ por qué sino no recordaba nada y tenía esa pesadez en todos sus miembros?. Recordó sus ataduras y miró de nuevo. Con alivió constató que alguien compasivamente le había desatado.
 Se levantó pesadamente, y al poner los pies en el suelo notó que éste estaba desagradablemente caliente, casi quemaba. Buscó sus zapatos, que no encontró,  y se acercó de puntillas, evitando el máximo contacto con el pavimento hasta la ventana, esperando encontrar algún indicio de algo, no sabía de qué. Antes de llegar le sobrevino una arcada y miró a su alrededor en busca de algo donde depositar sus vómitos. Encontró una especie de recipiente a los pies de la cama y se sintió aliviado.
 Cogió la botella de agua y tomó un largo trago que le hizo sentirse bien.
 Un frío estremecimiento le recorrió desde los pies hasta la cabeza. Ahora el suelo estaba congelado, y no sabía que sensación le resultaba más desagradable, si la de antes o la de ahora.
 De nuevo se acercó hasta la ventana e intentó abrirla. Nada, estaba herméticamente cerrada. Se contentó con mirar a través de ella. Desistió de su primer instinto que era golpearla hasta romper el cristal. No debía alarmar a sus secuestradores. No debía gritar. Mejor que creyeran que aún no era consciente de nada y ya pensaría como escapar. No estaba sólo, seguro que no estaba solo, le vigilaban,  y si llamaba la atención tomarían sus represalias y nada bueno esperaba que le ocurriera.
 Se sentó en el borde de la cama y con fascinación fijó su mirada  en el respiradero. Con las sombras de la  noche el respiradero adoptaba formas fantasmagóricas, parecía crecer y encogerse, acercarse y alejarse, y como un gran agujero negro iba engullendo la poca luz ambiental, al tiempo que  se iba iluminando, dejando ver su interior como en una radiografía ....
  Nunca hubiera deseado mirar este interior. Lo que vio le aterrorizó, decenas de sombras que se adivinaban humanas se hacinaban en su interior, con sus miembros enredados por lo angosto del espacio, caras desfiguradas por el horror, intentando salir, aplastándose unos a otros, en un intento desesperado de alcanzar la salida, sin lograrlo. Sus lamentos sordos llegaban hasta él inundando su cabeza. Se tapó los oídos y continuó oyendo. Se tapó los ojos, pero continuó viendo. Su cerebro se negaba a  admitir la verdad que se presentaba ante él. Lo suyo no era un secuestro, era algo infinitamente peor. Había muerto y estaba en el infierno. Y aquella habitación era la antecámara de la tortura final. Estaba en el corredor de los condenados, esperando su turno, que inexorablemente se acercaba. Pronto le tocaría a él, pronto vendrían los demonios a llevarle y torturarle, como en aquél cuadro del Bosco.
 Al borde del paroxismo, en un ataque de pánico, por primera vez gritó y grito con todo su ser, sacando fuerzas de donde no tenía gritó, gritó, gritó hasta la extenuación y hasta el desvanecimiento total.    No supo cuanto tiempo duró su pérdida de consciencia. Al despertar, nada parecía lo mismo. La habitación sorprendentemente era blanca y estaba muy iluminada. La puerta disponía de manivela. La ventana estaba entreabierta, dejando pasar el aire puro acompañado de un perfume de azahar. No había muro, no había respiradero, sólo naranjos y flores.
  Alguien compasivamente le pasaba la mano por la frente, empapando su cara con una toalla húmeda, limpiando el sudor y susurrándole palabras cariñosas. Reconoció a su madre, y una lágrima de agradecimiento apareció en sus ojos.  
Los recuerdos se agolparon primero desordenadamente, luego, poco a poco lo vio todo nítidamente y recordó la fiesta con sus colegas y otros desconocidos, la música excitante, los bailes frenéticos, el alcohol, las pastillas ... y lo último aquél joven ofreciéndole beber de aquél líquido espeso, color marrón, con la promesa de vivir experiencias nunca antes experimentadas. Y recordó la fatídica palabra: ESTRAMONIO.
 
- Ha superado la crisis, lo hemos recuperado.¡ Lástima que no hayamos podido hacer lo mismo por sus dos amigos!.


TEXTO ROSMA SOLBES CAMBRILS

FOTO AMPARO PARDO